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miércoles

... La Ciudad del Amor y ... más cosas...

(…) “No sería extraño pensar que, después de haber estado toda mi vida oyendo hablar de lo bonito que es París, hubiera llegado a París y me hubiera decepcionado. Esto pasa mucho en la vida… Pero no en París. La palabra para definir esta ciudad, ni siquiera es bonita. Aún no se cómo definirla. Ha sido una semana muy intensa en un lugar que te invita a pensar, quizá por ello, se respira bohemia en sus calles. Bohemia y amor… porque sí, señores, París es la ciudad del amor. Aquí las parejas, sobre todo las de fuera, se quieren más. Me he llegado a preguntar si a la entrada de la ciudad hay un cartel que pone “obligatorio morrearse”, porque llega a ser agobiante, sobre todo si estás allí sola, aguantar las eternas colas, que en París hay que hacer hasta para comerte una chocolatina, viendo besarse a todo el mundo.

¿La gente por qué se casa, va a terapia matrimonial o tiene hijos para “arreglar” sus relaciones…? ¡Que vayan a París! Allí a uno se le debe olvidar si la parienta ronca o si tu marido quiere más a la Mahou que a ti. Eso es París, el sitio ideal para reconciliarse… Y yo me he reconciliado conmigo misma. Hasta me han dado ganas de poner un candado con sólo mi nombre en el puente junto a la catedral de Notre Dam. Pero no lo hice, porque… ¡¡¡A Dios pongo por testigo que volveré acompañada!!!

Mientras esperaba en la cola para visitar el Museo de Orsay, se me ocurrió una cosa muy divertida. A partir de ahora, uno de los castings que voy a hacer a mis aspirantes a novios es imaginármelos en esa cola. Más de uno, así de primeras, no pasa el corte… Pero hay otra prueba definitiva para mí: la de los picnics. En París las parejas se van a los parques a hacer picnics y a brindar con vino… Es una estampa muy ‘cool’ que pienso poner de moda en El Retiro. Quiero ser como los parisinos: una mujer orgullosa de sus parques. Sin hablar de montar en bici juntos… Debe unir mucho, más seguro que ir en el coche con la “Máxima FM” a todo trapo.

Pero incluso si vas sola a París, el perfume embriagador del amor te atrapa. ¡Me enamoré hasta cinco veces en el mismo día! Ciertamente tres de los afortunados eran camareros y otro bombero…, pero eran parisinos, que es lo importante. El quinto y último amor de este fructífero día, y único correspondido, era ‘kinki’. Parisino, pero ‘kinki’. Aunque claro, por darse la historia donde se dio, no nos conocimos en “Huertas”, sino en el legendario metro de París. Su frase –en inglés- fue: no te puedes ir de París sin encontrar un novio. Pero lo del idioma internacional en el amor, es una bazofia, una mentira más del romanticismo. Si no hablas el mismo idioma, todo está abocado al fracaso. Mi relación duró el trayecto entre dos paradas, una frase en inglés, una sonrisa tonta por mi parte y un “venga hasta luego” por la suya. Sólo se ligar, y mal, en español. Lo mismo esta es una razón de peso para apuntarme a la Escuela de Idiomas.

Pero he llegado a otra conclusión: si viviera en París me podría enamorar de un chico de color. No soy racista, ni mucho menos, pero es la primera vez que me siento realmente atraída por ellos. Tienen culitos redondos, labios húmedos, anchas espaldas y si lo que dicen es verdad, merecería la pena volver a París sola y con el ‘idioma’ bien aprendido.

Aunque la verdad es que visto lo visto, las ‘españolitas de a pie’ tenemos poco que hacer en la ciudad del amor y de los pivones. Mi moral no ha venido muy fortalecida. Las parisinas son altas, delgadas, estilosas (el tacón no es una opción allí, es una obligación)… Y mientras ellas iban flotando por los Campos Elíseos sin gravedad alguna, yo más me iba arrastrando. Eso debe de ser porque su plato favorito es el “Foa” y el mío el Mc' Donalds. O también porque no tienen abuelas que las ceben como a los cerdos.

Y la verdad, es admirable que se conserven tan bien, sobre todo teniendo en cuenta que viven con un puesto de “pecado” en cada esquina. Gofres, creppes, croissantes… Las calles huelen a Nutela. Sólo a nuestro favor diré que la Coca Cola sabe mejor en España, pero ¿quién quiere beber Coca Cola pudiendo beber champange con cualquier excusa?

Las terrazas son el lugar ideal para ver pasar el día. No podía dejar de imaginarnos a nosotras cuatro en nuestras tertulias. Aunque lo cierto es que somos poco parisinas… Comeríamos bollos, elevaríamos la voz, tiraríamos el café, pediríamos doble de chantilly, juntaríamos las mesas para estar más cómodas y vacilaríamos al camarero en el idioma que fuese. Pero que bien lo pasaríamos… ¡Os he echado de menos chicas!

Lo que no he echado de menos es escuchar mi propia lengua. Españoles en París hay como para hacer un reportaje de tres días. Pero mientras en el Louvre sólo me he encontrado con una familia rezagada, en los restaurantes, tiendas y demás sitios de ocio de París se habla en español. Y no se habla especialmente bajito… Pero los parisinos no nos pueden echar la culpa del ruido. Su ciudad es especialmente ruidosa, mucho más que Madrid, curiosamente. Por eso es –permitidme la expresión- acojonante algunas rues de París donde impera el silencio más absoluto. Es como si allí, entre flores, jardines y adoquines, se parara el mundo.

Otra conclusión a la que he llegado es que me gusta el Sena. No sé por qué, pero me gustan los ríos en general. El agua fluye, como debe fluir la vida. El agua arrastra todo lo malo, se lleva el agua de lluvia y refleja el sol. Es como un “limpiador-estimulante” natural. Todos debemos tener nuestro rio por dentro. Ese donde puedan navegar los sentimientos, ese que levanta olas cuando pasa por nuestra vida una embarcación embravecida y ese que amaina y te permite retratar la estampa perfecta. Hay que cuidar nuestro rio interior, como lo hacen los parisinos con el suyo. 

Pero hablando de estampas perfectas: la Torre Eiffel es el edificio que más me ha impresionado del mundo. Es enorme y me ha hecho recapacitar, cómo no, sobre el amor. Cuando uno ve este monumento en fotos, cuando se lo imagina, incluso cuando lo ve de lejos en la propia ciudad de París, lo siente más delgado, más pequeño, menos consistente y robusto. Hay que ponerse debajo, a sus pies, para sentir esa magnitud y esa sensación de rotundidad y majestuosidad que tiene la Torre Eiffel. Pues hay amores con los que pasa lo mismo. Parecen menores de lo que son… Asoman a lo lejos sin gran grandilocuencia… Incluso parecen sobrevalorados. Pero cuando les dedicas toda tu atención, cuando los prestas todas tus miradas, cuando te metes de lleno en ellos, te das cuenta de por qué están allí, de por qué son los que son y de lo que a partir de ahora esa “Torre Eiffel” significa.

Quiero que en mi casa se respire París… Unas veces se parecerá más al Paris de Montmartre y del Moulin Rouge, por las fiestas y ‘noches de guardar’… Y otras veces, a esa ciudad sofisticada que embelesará a quien entre por la puerta. Nadie debería vivir sin visitar París…” (…)

MEL

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